Después de mucho tiempo, he decidido retomar un antiguo blog abandonado hace mucho tiempo.
MORIR
SOLOS
Hace muchos años, Orson Welles escribió: “Nacemos solos,
vivimos solos, morimos solos. Únicamente a través del amor y la amistad podemos
crear la ilusión momentánea de que no estamos solos”. Debo reconocer que nunca antes
me había parado a pensar en el significado profundo de esta frase tan
contundente. Mucho menos en que sería aplicable al momento actual.
Que
lo haya hecho ahora tiene que ver, seguramente, con la situación extraordinaria que estamos viviendo, aunque algunos no quieran verlo. También, y sobre todo, con las duras imágenes que hemos visto en Medios, que nos han puesto a todos ante el espejo de
nuestras vidas; dependientes de otros en momentos tan importantes como el
nacimiento o la muerte. Del primero no tenemos memoria, como no la tendremos del segundo o, al menos, no podremos compartirlo
con nadie. Por tanto, en ambos casos estuvimos y estaremos solos, aún rodeados
de gente que nos cuida y nos quiere.
Lo
perverso de la situación actual es que muchas personas ni siquiera han podido
crearse la “ilusión momentánea” de que no estaban solos en la última etapa de
sus vidas que, irremediablemente, les ha llevado a la muerte. Porque en las
horas previas al final, muchos de los fallecidos han estado solos, pese a la
compañía de los sanitarios que los atendían. Me consta, por algún caso
conocido, que incluso se han sentido abandonados por sus familiares, que no han
podido despedirse de ellos.
Pienso
en todas esas personas que no han podido sentir el calor de las manos de sus
seres queridos antes de irse. También en el dolor de los familiares, que no sé si
podrán superar el trauma de conocer el fallecimiento de sus padres, madres,
abuelos o hijos a través de una fría llamada telefónica, sin habeles podido dar un último beso. Lo que en modo alguno puedo imaginarme es
lo que sentirán quienes han perdido a alguien al ver las terribles imágenes de las primeras semanas de la pandemia, en las que las televisiones nos mostraban sin pudor aúdes
anónimos apilados en algunos tanatorios, saturados, o de los que llevaban hasta
las frías morgues improvisadas, que incluso a mí me conmueven, pese a no haber
pasado por ese trance.
Por
tanto, creo que, cuando dejemos atrás esta pesadilla, todos y cada uno de
nosotros deberíamos volcarnos en prestar apoyo a las personas que hayan perdido
a alguien, con independencia de la relación que tengamos con ellas. Lo van a
necesitar. Como lo necesitaremos todos, pues nuestras vidas no serán lo mismo
cuando desaparezca este cruel virus.
Para
terminar, quiero dejar aquí una frase del músico Michel Rostain que, con motivo
de la muerte de su hijo escribió: “Lo que se recuerda siempre vive, nunca
muere”. Quizá con eso deberíamos quedarnos si queremos seguir adelante.
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