NO
ÉRAMOS TAN FUERTES
La
actual pandemia ha sacado a la superficie muchas de las debilidades del estado
del bienestar español, pese a que responsables gubernamentales de todo signo
nos lo habían vendido como muy robusto; y nosotros les compramos la quimera.
Sobre todo quienes, por tener unos ingresos fijos, nos habíamos creído a salvo
de cualquier contingencia, cerrando los ojos ante otras realidades
circundantes, menos plácidas que las nuestras. Para descubrirlas hubiera
bastado con leer los informes que, a menudo, publican las ONGs sobre la vida
diaria de muchos españoles que, a veces con vergüenza, se han visto obligados a pedir comida para
sus familias; en muchos casos teniendo trabajo. Unas situaciones que el virus
ha agravado.
De haber prestado atención a las cifras, nos
habríamos dado cuenta de que la sociedad en la que vivimos es profundamente
desigual e injusta; muy injusta. Pero es que, además, la irrupción del Covid-19
ha puesto de manifiesto las graves carencias de ese estado de bienestar que, como
hemos podido comprobar, se asentaba en bases poco sólidas. Por ejemplo, en
pilares básicos como sanidad, cuidado de
los mayores o mundo laboral.
Hasta
ahora, las autoridades nos habían dicho que España tenía un Sistema de Salud
fuerte, pero el maldito virus ha sacado a la superficie todas sus debilidades.
Es cierto que, con su esfuerzo de muchos años, los sanitarios han venido amortiguando
los efectos provocados por los recortes, que algunos siguen negando, y las
privatizaciones. Por esa razón, cuando la pandemia ha llevado al límite al
sistema, los profesionales, otra vez ellos, se han visto obligados a trabajar,
sin medios muchas veces, más allá de sus obligaciones. Y a convertirse en
héroes; a su pesar.
Algo
similar ha sucedido con el cuidado de los mayores, que están sufriendo un alto
índice de mortalidad, sobre todo en las residencias que, en algunos
territorios, se habían convertido en nichos de negocio. Sin ánimo de
generalizar, se puede decir que muchos de esos centros se han convertido en focos
de muerte por sus graves carencias, similares a las del sistema sanitario. Unas
carencias que han salido a la superficie, no solo en las privadas o
privatizadas, sino también en las de gestión pública.
Para enlazar con el tercer ejemplo, es de
justicia valorar el trabajo que vienen realizando las personas que cuidan a los
ancianos en sus domicilios, muchas de ellas inmigrantes, sin papeles ni
contratos de trabajo, que el virus ha dejado en el limbo, sin ningún ingreso.
Una situación que está saturando los servicios sociales, los bancos de
alimentos y las ONGs que ayudan a los más desfavorecidos. Todo ello, agravado
por un sistema económico centrado casi en exclusiva en el sector servicios que,
por su propia naturaleza, suele generar contratos de trabajo temporal. Una
circunstancia que ha dejado en la calle, y sin ingresos, a muchas personas, con
la inquietud añadida de no saber cuándo podremos llegar a la deseada
normalidad.
Podría
hablar de otras razones que nos han traído a la situación actual, pero me
abstengo de hacerlo para no deprimirme; ni deprimirles a ustedes.