jueves, 28 de mayo de 2020


NO ÉRAMOS TAN FUERTES

La actual pandemia ha sacado a la superficie muchas de las debilidades del estado del bienestar español, pese a que responsables gubernamentales de todo signo nos lo habían vendido como muy robusto; y nosotros les compramos la quimera. Sobre todo quienes, por tener unos ingresos fijos, nos habíamos creído a salvo de cualquier contingencia, cerrando los ojos ante otras realidades circundantes, menos plácidas que las nuestras. Para descubrirlas hubiera bastado con leer los informes que, a menudo, publican las ONGs sobre la vida diaria de muchos españoles que, a veces con vergüenza,  se han visto obligados a pedir comida para sus familias; en muchos casos teniendo trabajo. Unas situaciones que el virus ha agravado.
 De haber prestado atención a las cifras, nos habríamos dado cuenta de que la sociedad en la que vivimos es profundamente desigual e injusta; muy injusta. Pero es que, además, la irrupción del Covid-19 ha puesto de manifiesto las graves carencias de ese estado de bienestar que, como hemos podido comprobar, se asentaba en bases poco sólidas. Por ejemplo, en pilares básicos como sanidad,  cuidado de los mayores o mundo laboral.
Hasta ahora, las autoridades nos habían dicho que España tenía un Sistema de Salud fuerte, pero el maldito virus ha sacado a la superficie todas sus debilidades. Es cierto que, con su esfuerzo de muchos años, los sanitarios han venido amortiguando los efectos provocados por los recortes, que algunos siguen negando, y las privatizaciones. Por esa razón, cuando la pandemia ha llevado al límite al sistema, los profesionales, otra vez ellos, se han visto obligados a trabajar, sin medios muchas veces, más allá de sus obligaciones. Y a convertirse en héroes; a su pesar.
Algo similar ha sucedido con el cuidado de los mayores, que están sufriendo un alto índice de mortalidad, sobre todo en las residencias que, en algunos territorios, se habían convertido en nichos de negocio. Sin ánimo de generalizar, se puede decir que muchos de esos centros se han convertido en focos de muerte por sus graves carencias, similares a las del sistema sanitario. Unas carencias que han salido a la superficie, no solo en las privadas o privatizadas, sino también en las de gestión pública.
 Para enlazar con el tercer ejemplo, es de justicia valorar el trabajo que vienen realizando las personas que cuidan a los ancianos en sus domicilios, muchas de ellas inmigrantes, sin papeles ni contratos de trabajo, que el virus ha dejado en el limbo, sin ningún ingreso. Una situación que está saturando los servicios sociales, los bancos de alimentos y las ONGs que ayudan a los más desfavorecidos. Todo ello, agravado por un sistema económico centrado casi en exclusiva en el sector servicios que, por su propia naturaleza, suele generar contratos de trabajo temporal. Una circunstancia que ha dejado en la calle, y sin ingresos, a muchas personas, con la inquietud añadida de no saber cuándo podremos llegar a la deseada normalidad.
Podría hablar de otras razones que nos han traído a la situación actual, pero me abstengo de hacerlo para no deprimirme; ni deprimirles a ustedes.

jueves, 21 de mayo de 2020


Después de mucho tiempo, he decidido retomar un antiguo blog abandonado hace mucho tiempo. 

MORIR SOLOS



Hace muchos años, Orson Welles escribió: “Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Únicamente a través del amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos”. Debo reconocer que nunca antes me había parado a pensar en el significado profundo de esta frase tan contundente. Mucho menos en que sería aplicable al momento actual.

Que lo haya hecho ahora tiene que ver, seguramente, con la situación extraordinaria que estamos viviendo, aunque algunos no quieran verlo. También, y sobre todo, con las duras imágenes que hemos visto en Medios, que nos han puesto a todos ante el espejo de nuestras vidas; dependientes de otros en momentos tan importantes como el nacimiento o la muerte. Del primero no tenemos memoria, como no la tendremos del segundo o, al menos, no podremos compartirlo con nadie. Por tanto, en ambos casos estuvimos y estaremos solos, aún rodeados de gente que nos cuida y nos quiere.

Lo perverso de la situación actual es que muchas personas ni siquiera han podido crearse la “ilusión momentánea” de que no estaban solos en la última etapa de sus vidas que, irremediablemente, les ha llevado a la muerte. Porque en las horas previas al final, muchos de los fallecidos han estado solos, pese a la compañía de los sanitarios que los atendían. Me consta, por algún caso conocido, que incluso se han sentido abandonados por sus familiares, que no han podido despedirse de ellos.

Pienso en todas esas personas que no han podido sentir el calor de las manos de sus seres queridos antes de irse. También en el dolor de los familiares, que no sé si podrán superar el trauma de conocer el fallecimiento de sus padres, madres, abuelos o hijos a través de una fría llamada telefónica, sin habeles podido dar un último beso. Lo que en modo alguno puedo imaginarme es lo que sentirán quienes han perdido a alguien al ver las terribles imágenes de las primeras semanas de la pandemia, en las que las televisiones nos mostraban sin pudor aúdes anónimos apilados en algunos tanatorios, saturados, o de los que llevaban hasta las frías morgues improvisadas, que incluso a mí me conmueven, pese a no haber pasado por ese trance.

Por tanto, creo que, cuando dejemos atrás esta pesadilla, todos y cada uno de nosotros deberíamos volcarnos en prestar apoyo a las personas que hayan perdido a alguien, con independencia de la relación que tengamos con ellas. Lo van a necesitar. Como lo necesitaremos todos, pues nuestras vidas no serán lo mismo cuando desaparezca este cruel virus.

Para terminar, quiero dejar aquí una frase del músico Michel Rostain que, con motivo de la muerte de su hijo escribió: “Lo que se recuerda siempre vive, nunca muere”. Quizá con eso deberíamos quedarnos si queremos seguir adelante.